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fuente: efe

Lecciones infecciosas

Jair Bolsonaro se contagia del nuevo coronavirus y deja a Brasil en vilo. ¿Aprenderá la lección de lo que cuesta ser un negacionista científico?

Publicado: 2020-07-07

Finalmente, el mandatario brasileño ha dado positivo en el test del nuevo coronavirus, luego de que en los últimos días se sintió indispuesto, tuvo fiebre y de algún modo dejó de ser ese hombre que, según él mismo dijo, por su vida de atleta iba a resistir la infección. Jair Bolsonaro no es invulnerable, como no lo es ningún humano frente al SARS-Cov-2, aun cuando se crea Supermán. 

Toca, por supuesto, desearle una pronta mejoría, un proceso que no lo lleve a una zona de riesgo sumo, como ocurrió con Boris Johnson, el primer ministro inglés, quien hace unos meses estuvo incluso en cuidados intensivos. Sin embargo, es justo analizar este penoso trance a la luz de la política, de la sociedad, de la crisis sanitaria que ha sumido a Brasil en una tragedia in crescendo.

Aunque en los últimos días se dio a conocer un estudio que señala que el virus ya estaba en territorio brasileño en noviembre pasado, su expansión brutal, que lo ha llevado a ser el segundo país con más infectados en el mundo (1 millón 600mil y 65 mil muertos a la fecha), no es producto de una maldición de Yemanyá. Es consecuencia de la delirante actitud de Bolsonaro.

Habitualmente, se piensa en él como un excéntrico, un extremista, un ultraderechista ramplón.Pero hay algo más que podría explicar por qué se peleó con dos de sus ministros de Salud –Luiz Henrique Mandetta y Nelson Teich-, por qué se malquistó también con los gobernadores de varios estados. Y también, por si no bastara, con los presidentes de Brasil y Paraguay.

Bolsonaro es un negacionista científico, un hombre que no considera el avance de diversas disciplinas como algo tan esencial. Su escepticismo frente a la creciente amenaza del cambio climático, o su displicencia con la que enfrentó los incendios de la Amazonía en el 2019, ya eran señales preocupantes sobre quién estaba a la cabeza de un país de tanto peso político y regional.

No es sólo él, además, Ernesto Aráujo, su canciller, llamó al coronavirus “el comunavirus” en twitter, porque, de acuerdo a su sesuda interpretación, la pandemia representaba una oportunidad para instaurar el comunismo a nivel global. Parece increíble leer esto en este siglo, en medio de esta tragedia, pero los últimos años han llevado al poder a animales políticos de esta estirpe.

El ahora presidente paciente hasta se quitó la mascarilla cuando  informó que tenía el virus, y se mostró entusiasta, como si su sola voluntad fuera suficiente para neutralizar la infección. Un negacionista de la ciencia puede hacerlo, sin problemas, como puede argumentar –tal como hace Donald Trump- que el cambio climático es un cuento porque un día hizo frío en Nueva York.

En la estructura ideológica de quienes, en mayor o menor medida, profesan esa suerte de fe ciega en la incredulidad, por lo general se juntan la xenofobia, el rechazo a las políticas de género, el descreimiento en el calentamiento global, y unas creencias religiosas cerradas o fanáticas. No es extraño que el nuevo coronavirus haya sido una víctima más de esa cruzada negacionista global.

Trump y Bolsonaro comparten esa penosa devoción, que en cierto modo también caló en Boris Johnson, y que corre también, al menos en términos climáticos, por el partido VOX de España. La derecha radical, o ultraderecha, parece que no perdona cuando se trata de pensar un poco más allá de sus temores, de sus explicaciones del mundo, por tremebundas o delirantes que sean.

Todo esto sería pintoresco si no fuera porque hablamos de hombres que tienen mucho, mucho poder. En el caso de Bolsonaro, de quien gobierna un país de 215 millones de habitantes, con persistentes abismos de desigualdad, con una violencia social incontrolable y con una pobreza descorazonadora en las favelas. Que alguien, desde la cima de la presidencia, grite “no pasa nada” es atroz.

Eso que le ha pasado a más de un millón y medio de brasileños le está pasando hoy a él, que probablemente podrá resistir el embate de la COVID-19, la enfermedad producida por el SARS-CoV-2, de mejor manera. Tendrá cuarto, balón de oxígeno si se requiere, medicamentos. No se agotarán los recursos para atenderlo, como no ocurre con miles de ciudadanos que ruegan por una cama.

No obstante, la lección infecciosa debería aprenderla él mismo y sobre todo la ciudadanía que lo eligió. Esta pandemia no es un accidente en la historia. Probablemente vengan más, precisamente porque el cambio climático y el deterioro de los ecosistemas, eso que le importa poco al ilustre paciente, estarían aproximándonos a más virus y más escenarios tenebrosos de este tipo.

Tener al mando de un país, en el continente que sea, a un líder que niega las evidencias es peligrosísimo, ya no sólo en términos sociales (como el avance de los derechos de las minorías) sino, también, en términos concretamente sanitarios. Una crisis más como la actual con un presidente que predica contra la cuarentena, en nombre la economía, puede resultar suicida.

Por supuesto que reactivar la economía es crucial, y los economistas y especialistas de salud pública brasileños, lo saben. Sólo que el presunto dilema entre esa necesidad y la necesidad de salvar vidas no es tal. No hay forma de que un aparato productivo salga adelante por encima de una montaña de muertos, o infectados; o que la demanda crezca si nos falta el oxígeno, social y real.

Felizmente, Brasil es grande y otra parte de su sociedad, y de sus científicos, estarían cerca de encontrar una vacuna. Confiemos en que resulte, pronto. Y a nivel político ojalá que no demore en aparecer algo que cure de espanto a quienes creyeron que todo valía, con tal de acabar con la herencia de Lula en el poder. Todo, incluyendo la posibilidad de arrojarse al abismo de una pandemia.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

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