(Desde La Habana) Alrededor de las diez de la noche del martes 29 de noviembre, mientras la Plaza de la Revolución seguía tomada de bote a bote, Evo Morales cogió el micro, fue proyectado en pantalla gigante y clamó, hacia el cielo habanero y hacia la multitud, “¡Compañeros, hermanos!”. Una salva de aplausos cerrada, más compacta que la que acompañó las palabras de Enrique Peña Nieto, le respondió. 

Morales –con su acento boliviano, tan distinto al habanero- llamó a la unidad contra “el imperio” y siguió hablando de lo importante que era el “Comandante” Fidel Castro para Cuba, para América Latina, para el mundo. En la explanada, la multitud lo seguía vivando y, por ratos, soltaba la cuasi consigna que flotó de manera constante durante la intensa jornada nocturna:

-¡Yo soy Fidel!, ¡Yo soy Fidel!

La gritaban niños, jóvenes, adultos, adultos mayores, cubanos y extranjeros. Gente venida de México, El Salvador, España, Ecuador y Venezuela, por supuesto. También la proclamaban estudiantes de varios países, que estudian en La Habana. Ahmed, uno proveniente de Palestina, sostenía en medio del tumulto que “Fidel siempre ayudó a mi pueblo, en su lucha de liberación”.

Cómo dudarlo. Una de las cosas que se ha resaltado con fuerza, en esta plaza, es eso: que el extinto Comandante en Jefe de la Revolución Cubana era universal, que tuvo importancia global durante las largas décadas en las que estuvo, macizo, en el poder en Cuba. Nadie lo ha olvidado acá, ni los extranjeros ni los cubanos. Ni la televisión oficial que lo repite hasta el cansancio.

Rafael Correa fue quien abrió este “acto de masas” organizado por el gobierno en este lugar abierto, enorme, donde dos enormes siluetas del “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos, otros dos históricos de la Revolución, están clavadas en dos edificios circundantes. A Fidel lo pusieron en la puerta de la Biblioteca Nacional, en una enorme foto donde luce como un joven guerrillero.

El presidente ecuatoriano, en su alocución inflamada, también resaltó la figura del ex presidente, sostuvo que resistió más de 50 años y que lo hizo gracias a su formación revolucionaria. Pero también jesuita, con lo que aludía al paso del difunto por el colegio de esa congregación en el pueblo de Dolores, ubicado en Santiago de Cuba, donde sus cenizas reposarán el 4 de diciembre.

Correa fue uno de los que no usó la palabra “marxismo” en su discurso, acaso para resaltar el carácter peculiar de su “Revolución Ciudadana”, a la que también mencionó. Tras él, esperaban una cola de mandatarios de países cuyo gobierno tiene un pensamiento, digamos, avecinado con el de Cuba: El Salvador, China, Vietnam, Nicaragua, Bolivia, Venezuela.

También otros con los que hay sintonías de otro tipo. Por ejemplo, Jacob Zuma, el actual presidente de Sudáfrica, un representante de la República Islámica de Irán y un representante del emir de Qatar, que en, esta plaza de aire tan materialista y dialéctico, comenzó diciendo “en el nombre de Dios, el misericordioso” (saludo habitual de las personas que profesan el Islam).

fotos: ramiro escobar

La presencia de estos países se explica por antecedentes históricos que, si se quiere entender Cuba, no se pueden desconocer. Cuando Fidel estaba en el poder envió tropas a Angola en 1975, para apoyar al Movimiento por la Liberación de Angola (MPLA), liderado por Agostihno Nieto. Este frente izquierdista iba a ganar las elecciones, pero para Estados Unidos se configuró una situación parecida a la de Vietnam, donde dicha victoria esparciría el marxismo por África.

Para Fidel era también un asunto crucial, que se puso más de urgencia cuando la Sudáfrica racista invadió a este país. Una cruenta batalla, llamada Cuito Cuanavale, definió según George Galloway (un político inglés amigo del ex presidente) esa pugna y significó el comienzo del fin del infame apartheid. Zuma, por eso, estaba allí y agradeció esa ayuda nunca olvidada.

Que en algún momento también fue agradecida personalmente por Nelson Mandela. La presencia de de los iraníes parece responder a la coincidencia en la distancia con EEUU y al hecho de que, debido al embargo económico que sufre Cuba, se han estrechado lazos comerciales. No era, entonces, solo la izquierda mundial la que estaba en la plaza histórica.

Aunque, por supuesto, los grandes persistentes del socialismo (o comunismo) mundial sí estaban como tales. El representante de China, bastante celebrado, fue Lin Yuanchao, vicepresidente del país, quien afirmó que “seguirán profundizando la relación entre los países y los partidos (ambos son partidos comunistas y son el gobierno) por la felicidad de nuestros pueblos”.

Fue casi el único que no pronunció –al parecer porque las complicaciones de su idioma se lo impedían- otra de las frases de la noche: “¡Hasta la victoria siempre!”. Se dijo con acento árabe, inglés, vietnamita. Esas palabras casi mágicas, que identifican a Fidel y a la Revolución Cubana, fueron repetidas casi como un salmo que recogía los pasos de la sufrida historia de este pueblo.

El más esperado, sin embargo, fue Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela. La gente lo vitoreó con fuerza y él, que no es para nada un gran orador, se mandó un discurso laudatorio, emocionado, en el que señalaba que Fidel mostró el camino y además sentenció que la revolución era ciudadana, bolivariana, cristiana incluso. Y recordó al otro Comandante sin duda.

Maduro llamó a Hugo Chávez “Comandante Supremo”, acaso para distinguirlo de Fidel, el “Comandante Eterno”, pero no dejó de poner el alto la figura de su mentor, ya fallecido también. Fue uno de los momentos de clímax de la manifestación, hay que decirlo, junto con el trance en el que habló Morales, por lo que se puede constatar que la izquierda regional está allí,

Respiraba con fuerza al menos en esta concentración, apoyada por esos hombres de poder, en problemas o más tranquilos, y en la multitud donde se agolpaban miles de cubanos (cientos de miles en verdad) y numerosos visitantes de otros países, que sentían que era un deber estar allí. Un grupo de mexicanos, verbigracia, alzaba un cartel que agradecía la solidaridad de Fidel.

Un muchacho salvadoreño, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) estaba en Cuba, según contó, de vacaciones, pero la muerte del líder revolucionario lo sorprendió y decidió quedarse, porque su país fue ayudado por el gobierno de la isla. “En las épocas duras de la guerra civil –enfatizó- sabíamos que podíamos contar con la solidaridad cubana”.

Hasta un vasco, de ánimos independentistas y sosteniendo la bandera de su literal país, que forma parte del reino de España (el rey Juan Carlos estaba en el estrado, para pesar de este ciudadano), estaba, según él, presente, porque quería que su tierra fuera “socialista y libre”. Cerca de allí, pasaba un muchacho con la bandera de Sri Lanka, solo pero militando en medio del gentío.

Hablaba español, encima. ¿Qué hacía en tierras tan lejanas? Pues estudiando medicina, como cientos, o miles, de estudiantes que van a la isla para estudiar gratis, para vivir ídem en una residencia estudiantil y, ciertamente, para convertirse en partidarios de la revolución. Muchos acudieron a la plaza memoriosa, porque, como es obvio, siente que le deben su profesión a Cuba.

fotos: ramiro escobar

Ya muy tarde, alrededor de las 11 de la noche, habló Raúl Castro, el actual presidente. Como no podía ser de otra manera, recordó varios episodios de la Revolución, como el asalto al cuartel Moncada, la lucha en Sierra Maestra y los años de resistencia contra EEUU. Se acordó, asimismo del atentado perpetrado por el disidente más odiado aquí: Luis Posada Carriles.

Una señora, militantísima, ubicada a mi lado repitió otra de las frases que pasó a la historia revolucionaria cubana: “cuando un pueblo viril llora, la justicia tiembla”. Es lo que dijo Fidel tras el ataque en el que murieron varios cubanos y es lo que repetía acá mucha gente, como si se supiera de memoria cada frase, cada requiebro, cada anécdota del Comandante en Jefe.

Como la profesora Yanelli, que decía que lo vio cuando fue al hospital donde estaba internado su hijo, para regalar juguetes. Como un anciano profesor universitario, que dice haberlo visto supervisando unos experimentos con aguacate (nombre del maní en este país), junto con el Che Guevara, allá por mediados de los locos y revoltosos años 60, que fueron cubanos también.

Mucha, muchísima, gente no pudo conocerlo personalmente, pero sí lo escuchó hablar en esta plaza, a veces durante interminables horas, en un desfile del 1ro. de mayo. O durante los turbulentos años en que se disputaba, con EEUU como siempre, el retorno del niño Elián González, un pequeño fallecido cuando, con su madre, trataba de huir hacia Miami en balsa.

Porque Fidel era para ellos todo: líder político, Comandante en Jefe, periodista, presidente que iba a hospitales, a colegios, a estadios, que recibía a deportistas, estudiantes, artistas. Todos esos cubanos que, durante años lo vieron, lo vivieron, o hasta en algún momento lo sufrieron, cuando las cosas no se pusieron tan refrescantes como la noche caribeña, gritaba:

-¡Yo soy Fidel!, ¡Yo soy Fidel!, ¡Yo soy Fidel!...


(Foto de portada: Efe)


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